¿Se ha preguntado alguna vez por qué un coche de segunda mano se devalúa entre un 15 y un 25 % de su valor de compra tras dos o tres meses de uso? No es posible que se haya deteriorado tanto. ¿Y por qué los bancos poseen una imagen seria y respetable con grandes oficinas recubiertas de mármol? Los economistas George Akerlof, Michael Spence y Joe Stiglitz respondieron a estas y otras cuestiones, lo que les valió el Premio Nobel de Economía en el año 2001. George Akerlof escribió en 1970 un artículo sobre el mercado de coches de segunda mano donde apuntaba que las diferencias de información entre vendedor y comprador con respecto a la calidad del automóvil a la venta provocaban ineficiencia e incluso hacían peligrar la existencia del propio mercado. Esta “información asimétrica”, donde una de las dos partes sabe más que la otra, donde hay un conocimiento desigual de la realidad, es un fallo del mercado competitivo, ya que los compradores y vendedores bien informados sólo comercian cuando consiguen un beneficio mutuo.
Akerlof denominó “cacharros” o “limones” a los coches que tenían algún defecto que el vendedor conocía, pero no así el comprador, y “melocotones” a los automóviles de gran calidad que estaban a la venta. La incapacidad del comprador para discernir cuál de los vehículos es realmente de un tipo u otro hace que no esté dispuesto a pagar grandes cantidades de dinero por un bien que tiene sólo un 50% de probabilidades de que sea un coche de calidad. El vendedor de “limones” sí aceptará una oferta de baja cuantía, pero no así un poseedor de “melocotones”, ya que conoce el buen estado de su vehículo y no aceptará un precio por debajo de su valor, saliendo del mercado y dejando sólo a la venta aquellos coches que, aun siendo baratos, son de ínfima calidad. Los compradores no se arriesgan a pagar un alto precio por un bien del cual desconocen su estado. La revisión apresurada en un taller no garantiza el buen estado del auto. Puede pasar por alto algún problema, y el propietario que quiera venderlo resaltará las buenas cualidades, pero no así los fallos. Siempre dirá que se trata de un “melocotón”.
Michael Spence dio una solución parcial a este problema. La persona con información debía transmitirla para generar confianza en el comprador. Joe Stiglitz propuso cómo la persona sin información podría descubrirla. Para salvar las diferencias de información y que la transacción económica mejore el bienestar de los participantes y sea eficiente, Spence sugirió que el vendedor de bienes de calidad debía ofrecer una garantía que quien poseyera un artículo defectuoso no pudiera ofrecer. Adquirir esta reputación es una de las formas para combatir la información asimétrica. Esta es la razón que lleva a los bancos a tener impecables las oficinas bancarias. Les mueve la idea de presentarse ante los clientes como una entidad seria que no va a salir corriendo con sus ahorros. Es lo mismo que les lleva a exigirles a sus empleados que lleven corbata, que hablen en voz baja o que muestren cortesía y educación. Un posible cliente advierte enseguida que una persona que pretende hacer una transacción fraudulenta y estafar a sus clientes no va a gastar dinero en mejorar sus instalaciones. Las oficinas permanecerán allí para devolver su dinero en caso de reclamación. Por ello pagaremos más por un producto en una tienda que en un mercadillo y nos da “más confianza”, algo esencial para la economía. El problema de la información asimétrica alcanza a muchos otros sectores. Antes de la crisis, las agencias de rating otorgaron a muchos productos estructurados una calificación máxima de triple A que no merecían. Esto generó gran confianza en los mercados, las hipotecas subprime (hipotecas ninja en EEUU) se vendieron como un activo seguro y los especuladores ingresaron ingentes cantidades de dinero falseando datos económicos. Las agencias como Moody’s y Standard & Poors recibían el dinero de los patrocinadores de estos productos, por lo que difícilmente podían rebajar su calificación. Akerlof propone que, como hace unos años, estas agencias reciban dinero de los inversores para evitar situaciones como las acontecidas.
¿Qué solución hay al problema de la información asimétrica? Stiglitz analizó qué podía hacer la parte no informada para descubrirla y para ello utilizó el mercado de seguros. Los seguros son una buena forma de repartir los riesgos entre la población, pero no se pueden asegurar todos los riesgos de la vida y según los honorarios de las empresas aseguradoras, tampoco es muy sugestivo comprarlos.
Para que los mercados de seguros funcionen eficientemente precisan que haya muchos sucesos y que sean relativamente independientes. Ninguna aseguradora vendería pólizas contra incendios en un mismo edificio o contra terremotos en la misma ciudad. Trataría de repartir sus riesgos en lugares dispares entre sí. Han de tener experiencia para calibrar las pérdidas en caso de desastre y han de estar libres de riesgo moral. El riesgo moral existe cuando la persona que contrata un seguro reduce sus incentivos para evitar o prevenir el suceso y altera la probabilidad de experimentar pérdidas. Si contrato un
seguro de coche a todo riesgo no me importará rayar la chapa y no extremaré los cuidados para evitar el roce. Para minimizarlo existe el sistema de franquicias en los seguros de coche, pues evita visitas innecesarias al taller ante la perspectiva de tener que pagar una cantidad.
En el caso del mercado de seguros se produce otro fenómeno conocido como selección adversa. Consiste en que las personas con mayores riesgos son las que, con más probabilidad, comprarán el seguro. Si alguien está enfermo contratará un seguro de salud y no le importará pagar importantes sumas de dinero porque sabe que precisará la asistencia. Una persona que esté sana no verá a apropiado comprar un seguro de cuotas muy elevadas. Las cuotas se calculan repartiendo el riesgo entre los asegurados y los costes que llevaría su asistencia, por lo que un precio alto desincentivará a los sanos o con pocas intenciones de acudir al médico. Sólo contratarán el seguro aquellas personas que pretendan rentabilizar lo pagado porque conocen una información que el asegurador desconoce. Stiglitz propuso instaurar el seguro con franquicia o lo que en otros países se ha adaptado como el copago. El asegurado paga una cantidad de dinero cada vez que utiliza el servicio de salud para evitar que aumente las visitas si tiene cobertura total. También propone instaurar diferentes tipos de seguros con cuotas distintas según la cobertura ofrecida, lo que ayudará a las empresas de seguros a conocer las expectativas de los nuevos clientes. Esto puede tener, sin embargo, otra consecuencia indeseada. La información podría ser utilizada para que las aseguradoras rechazasen dar cobertura médica a aquellos pacientes que se espera hagan un notable gasto sanitario. Puede ser el caso de enfermos crónicos, personas con factores de riesgo como el hábito tabáquico o los antecedentes familiares de cánceres o muertes prematuras. Tim Harford, economista autor del best seller “El economista camuflado” aboga por la exigencia de que cada persona cuente con una cuenta obligatoria donde depositar un dinero para hacer frente a los gastos sanitarios con un seguro de catástrofes que pagase las cuantías más elevadas. Otra forma de salvar el problema de la información asimétrica es la estandarización. El sistema de franquicias en las tiendas sigue este proceso, pues el vendedor da toda la información acerca de un producto, su composición y su calidad y eso genera confianza en el comprador, que ve más fácil acudir a estos establecimientos que a otros desconocidos. Acudir a una tienda como Zara para comprar un vestido nos resulta más fiable que hacerlo por catálogo, pues en el último caso el comprador carece de información que le ayude a salir beneficiado de la transacción económica. Equiparar la información entre los participantes del mercado mejora la competencia y la eficiencia.
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